Cuando hablamos acerca del apóstol Pedro solemos recordar algunos detalles o eventos relacionados a él. Fue quien dijo “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”, palabras de las cuales nuestro Salvador se refirió como la roca sobre la que edificaría Su iglesia (Mateo 16:15-18). También recordamos que, cuando Judas llegó con una compañía de soldados para entregar a nuestro Salvador, fue Pedro quien sacó la espada y cortó la oreja derecha de Malco, siervo del sumo sacerdote, y nuestro Señor le llamó la atención por esto (Juan 18:3-11). Es el mismo Pedro que dijo al Señor que no solo iría con Él a la cárcel, sino también a la muerte, y a quien Jesús le afirmo que este le negaría tres veces antes que el gallo cantará ese día (Lucas 22:33-34). Es el mismo Pedro que, poniéndose de pie, junto a los otros once, predicó el poderoso mensaje de Cristo crucificado a las multitudes en Jerusalén en el día de Pentecostés, y que dio como resultado que cerca de 3000 almas fuesen bautizadas por el perdón de sus pecados, y añadidas por el Señor a Su iglesia (Hechos 2).
El Nuevo Testamento nos facilita no solo saber acerca de Pedro por medio de los escritos de otros, sino por los suyos propios también. Dos epístolas llevan su nombre, y dedicaremos el tiempo de nuestro estudio en un fragmento de ellas,
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas [énfasis añadido, MR]”
1 Pedro 1:3-9.
El apóstol Pedro nos afirma acerca de la esperanza viva que hay en nosotros, y podemos comprender que es una esperanza llena de misericordia, fe, y gozo.
Una Esperanza Llena De Misericordia.
El apóstol inicia dando gracias y loor a Dios por Su gran misericordia. Es gracias a la misericordia de Dios que hemos renacido para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, todo esto por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, Su Hijo.
El hermano Mike McDaniel, en su exposición durante las conferencias en Getwell, en la ciudad de Memphis, dijo lo siguiente,
“Hay una sombra de gracia para cada sombra de angustia. El Cristiano necesita misericordia y puede obtenerla acercándose a Dios en oración. Misericordia significa que Dios no nos da lo que merecemos. Gracia significa que Él nos da lo que no merecemos. Necesitamos desesperadamente de ambos.”[1]
Tenemos esperanza de un lugar que no conocemos, que nunca hemos visto, y del cual solamente sabemos que existe en base a lo que la Palabra de Dios nos dice, pero mucho más importante es comprender que, ese lugar existe, y que es gracias a Dios que tenemos la oportunidad de poder estar allí cuando el día venga, por Su misericordia.
Nuestros pecados nos han separado de Dios, pero por Su gran misericordia, tenemos la oportunidad de reconciliarnos con Él por medio de Su Hijo,
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” [todo énfasis añadido, MR]
Efesios 2:12-14.
Pedro nos afirma que esa herencia es incorruptible (no se puede pervertir), incontaminada (es pura), e inmarcesible (no pierde su vigor ni hermosura). Es hermoso saber que tenemos una esperanza llena de la misericordia de Dios.
Una Esperanza Llena De Fe.
La esperanza viva de la que estamos estudiando no solamente está disponible para todos nosotros por la misericordia de Dios, sino que el apóstol nos informa que también por nuestra fe. La fe del Cristiano no es como muchos la intentan manchar cuando tratan de hacernos pensar que “creemos ciegamente en algo inexistente”. El escritor a los Hebreos la define así,
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”
Hebreos 11:1-3.
Los antiguos que alcanzaron buen testimonio por la fe fueron hombres como Abel, Noé, Abraham, Moisés, David, quienes no solamente decían creer, sino que sus obras mostraron su fe. El mismo escritor nos afirma lo siguiente,
“Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”
Hebreos 11:39-40.
Muchos de ellos esperaban por el Mesías y no tuvieron oportunidad de conocerlo, de verlo caminar en este mundo, de allí que el escritor nos hace saber que no recibieron la promesa (mas si recibieron las otras promesas que Dios les hizo). Tras ellos, hubo muchos que vieron y oyeron a nuestro Señor caminando y predicando en esta tierra, mas no tuvieron fe en Él. Muchos andan por el mundo hoy en día sin creer en Él. Hoy, Dios nos permite unirnos a esos hombres de fe, ya que a través de Su Palabra llegamos a ser perfectos, no en el sentido que el mundo enseña “sin error alguno”, sino que nos hace completos para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17). Pedro nos afirma que esa herencia incorruptible está reservada para nosotros en los cielos, donde finalmente será manifestada nuestra salvación, cuando llegue ese gran día. Podemos comprender, a través de la inerrante Palabra de Dios que, mientras Pedro escribe que somos guardados “por el poder de Dios mediante la fe”, el apóstol Pablo nos afirma que no se avergüenza “del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16), y que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17)
Nuestra esperanza está viva porque la Palabra de Dios es viva y eficaz (Efesios 4:12). Nuestra fe no se basa en un simple sentimiento, sino en el conocimiento de la Palabra de Dios. Que hermoso es saber que nuestra esperanza no solo está llena de misericordia, sino también de fe.
Una Esperanza Llena De Gozo.
El apóstol Pedro nos afirma que nos gozamos en esta esperanza, no solo por lo que representa, sino por quien nos la brinda, Jesucristo, “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Aún a pesar de aflicciones, pruebas, y demás, debemos gozarnos sabiendo la hermosa herencia que nos espera en los cielos. Para muchos, el oro es sumamente valioso, mas, para Dios, inspirando al apóstol a escribir esta carta, nosotros somos más valiosos que el oro, de allí que nuestra fe sea hallada en alabanza, gloria y honra, recordando lo escrito por el apóstol Pablo a los hermanos en Colosas,
“Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”
Colosenses 3:17.
Será grandioso el día en que estemos en ese lugar que Él fue a preparar (Juan 14:1-4), pero no solamente por el lugar en sí, sino por la compañía que tendremos allí. No le hemos visto, pero le veremos allí, así nos lo hace saber el apóstol Juan,
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro [énfasis añadido, MR]”
1 Juan 3:1-3.
Un lugar en el que, tal como lo revela el mismo escritor,
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”
Apocalipsis 21:4.
Que hermoso es saber que nuestra esperanza está viva y llena de misericordia, fe, y gozo.
Conclusión.
La Sra. A. S. (Cordie) Bridgewater, en 1920, escribió el himno cuyo coro dice,
Que hermoso el Cielo ha de ser,
Hogar de los hijos de Dios,
Lugar de reposo al cansado,
Que hermoso el Cielo ha de ser.
Cuando nos reunimos, ya sea para compartir un breve devocional, una comida, o durante los estudios y servicios de adoración, recordemos que tenemos una esperanza viva, llena de misericordia, fe, y gozo, y por la que debemos pelear la buena batalla, terminar nuestra carrera, y ser merecedores de esa corona de vida que nos espera en ese gran día.
Para correr tan hermosa carrera, debemos estar inscritos en ella. Si aún no lo has hecho, ¿Qué esperas? Dios desea que entres en ella y vivas la esperanza viva que Él nos ofrece.
¡Dios te bendiga ricamente hoy y siempre!
Referencias
[1] Mike McDaniel, “Eternal Security Defined in Prayer”, The Spiritual Sword Lectureship, 2016, p. 291.