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Benevolencia Mal Dirigida

Por Wayne Jackson, traducido con permiso por Marlon Retana.
El artículo original, en inglés, se encuentra en este enlace.


La pobreza en el mundo bíblico era algo común; era tan grave que apenas podemos apreciarlo desde nuestro moderno punto de vista estadounidense. Si bien hay diferentes niveles económicos entre los Cristianos, ninguno de los que conozco en la iglesia es “pobre” en el sentido bíblico (véase Marcos 12:41-44). Además, las Escrituras en ninguna parte exigen el concepto comunista de que los Cristianos deben “nivelar” sus recursos para que todos tengan exactamente la misma medida de prosperidad económica.

Bajo el régimen mosaico, se hizo una amplia provisión para los pobres (Éxodo 23:11; Levítico 14:21, etc.). Pero ser pobre no es en sí mismo una razón para dejar de lado todas las demás consideraciones. Por ejemplo, un asesino no podría alegar su inocencia basándose en que era pobre (ver Levítico 19:15).

Trágicamente, hoy en día muchos ignorarían significativamente la culpa de los criminales que viven en barrios marginales. Pero ¿qué pasa con aquellos que viven en zonas desfavorecidas que son honestos? Claramente, el entorno de uno no determina su moralidad.

Jesús declaró, “Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien…” (Marcos 14:7). Tenga en cuenta el énfasis que se ha puesto en el verbo “querer”. Esto indica que “cuándo”, “dónde”, “cómo” y “a quién” uno ayuda como “necesitado” es una cuestión de juicio (véase Gálatas 6:10; 2 Tesalonicenses 3:10). Al cumplir con sus obligaciones personales, esta persona toma esas decisiones. En situaciones de congregación, los ancianos toman esas resoluciones. A veces, nuestras elecciones son sabias; a veces puede que no lo sean.

Las llamadas telefónicas que se dirigen a las instalaciones de la iglesia pueden finalmente llegar a mi residencia. De vez en cuando me veo obligado a tomar decisiones con respecto a solicitudes de benevolencia. Si se trata de un problema grave, lo remito a los ancianos. Si lo considero trivial, puedo manejarlo yo mismo y acepto esa responsabilidad.

Recientemente recibí una llamada de un caballero pidiendo dinero. Había conducido a nuestro pueblo desde una ciudad en la parte norte del estado. Estaba a punto de regresar a casa y necesitaba dinero para la gasolina. Quizás fui un poco brusco, pero le pregunté: “Señor, cuando se fue de casa, ¿no consideró que necesitaría dinero para reabastecer el combustible?” Hubo una larga pausa. “¿Sigue ahí?”, le pregunté. “Sí”, fue la suave respuesta. “Bueno, ¿no pensó en el viaje de regreso?” “Supongo que no”, dijo. “Lo siento, señor, no podemos ayudarlo”.

La iglesia del Señor no es una estación de reabastecimiento para los viajeros que parecen pensar que los Cristianos deberían financiar sus viajes de aquí para allá y de allá para acá. Y, sin embargo, algunas personas entregan dinero en efectivo a los mendigos sin sentido de juicio en el proceso.

En teoría, podríamos colocar un contenedor de tamaño considerable en el centro del barrio pobre de nuestra ciudad. Cada lunes por la mañana podríamos llenarlo con billetes de un dólar. Los pobres entonces podrían pasar y ayudarse a sí mismos para lo que pudieran necesitar. ¿Podría resultar en algo bueno? Es posible. ¿Pero no sería esta una maniobra muy tonta? Ciertamente es necesario el uso de la “sabiduría” junto con las “buenas intenciones”.

Tanto las personas como las congregaciones deben pensar con criterio sobre sus planes benévolos. Necesitamos buscar por destinatarios dignos, en lugar de simplemente proporcionar obsequios para todos y cada uno de los que pasan.

Un hombre llamó recientemente y preguntó si le podía llevar una hamburguesa con papas fritas a su novia en un motel cercano. ¡Increíble! Tuve la tentación [no realmente] de preguntar: “¿Le gustaría salsa de tomate con esas papas fritas?”

Este no es el tipo de benevolencia que practicaron Cristo y la iglesia primitiva. Es más parecido a programas denominacionales mal concebidos. Debemos aprender a ser prudentes en nuestras buenas obras.

No debemos inclinarnos hacia la posición radical de nuestros parientes en Cristo que defienden la doctrina de benevolencia “sólo para los santos”, pero sin duda debemos ser más sabios de lo que a veces somos.

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