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Lo que el Espíritu Santo nunca hará

Por Neal Pollard, traducido con permiso por Marlon Retana.
El artículo original, en inglés, se encuentra en este enlace.


No hay duda de que el Espíritu Santo, como personalidad eterna de Dios, es ilimitado en poder. Él puede hacer todo lo que es posible que Dios haga, porque Él es Dios. Es interesante leer o escuchar a personas religiosas, desde predicadores a otros miembros, clamando o afirmando cosas que el Espíritu Santo está haciendo hoy en día en las iglesias y en las vidas. De hecho, varias de estas afirmaciones exigen una respuesta, principios de las escrituras que deben ser considerados antes de que tales afirmaciones sean creídas y acogidas. ¿Cuáles son algunas cosas que el Espíritu Santo nunca hará?

El Espíritu Santo nunca anulará nuestro libre albedrío.

Juan Calvino, un reformador protestante del siglo XVI, llegó a un extremo que ponía la salvación únicamente en manos de Dios. Sostenía que el hombre no tenía parte alguna en ella. De esta premisa surgieron cinco amplias ideas religiosas que con el tiempo se identificaron como calvinismo. Uno de estos preceptos se denomina «gracia irresistible», la idea de que aquellos a los que Dios elige para la salvación son conducidos a la fe por obra del Espíritu Santo sobre el corazón humano. Trágicamente, esta falsa idea es apoyada por muchos en la religión de nuestros días. Sin embargo, las Escrituras dejan claro que incluso en el primer siglo, cuando el Espíritu Santo operó milagrosamente al confirmar el mensaje hablado de Cristo, sus apóstoles y otros cristianos primitivos, nunca operó directamente sobre el corazón humano de forma que sobrepasara o abrumara el libre albedrío del individuo. Cornelio recibió el Espíritu Santo (Hechos 10:48-49), pero ¿cómo se salvó? Hechos 11:14-15 indica que le fueron dichas palabras por las que él y su casa iban a ser salvados. I Corintios 1:18 nos dice que Dios eligió salvar almas a través del mensaje predicado. Uno puede buscar en la Biblia de principio a fin y nunca encontrará una declaración o implicación de que Dios actúa directamente sobre el corazón humano de una manera que sobrepasa nuestra voluntad y nos lleva a creer y a la salvación. Las Escrituras instan repetidamente al hombre a elegir por sí mismo, si así él quiere (Apocalipsis 22:17; Mateo 11:28-30; etc.). El Espíritu Santo obra poderosamente sobre el corazón humano para persuadir al hombre de que obedezca a Dios, pero lo hace a través de la poderosa palabra (Hebreos 4:12; Romanos 1:16). Este mensaje es tan convincente y condenatorio, pero Dios ha dejado a nuestro libre albedrío la decisión de aceptar o rechazar este mensaje.

El Espíritu Santo nunca contradecirá la verdad revelada.

En las iglesias de nuestros días se hacen más y más afirmaciones sobre lo que el Espíritu está “obrando” en ellas. A menudo, se ha dado crédito al Espíritu por el cambio de política de una iglesia en cuanto al papel de la mujer, cómo o en qué gastar el dinero (como para tener un campus grandioso), o incluso una doctrina nueva y extraña. Tales afirmaciones, sin embargo, suenan huecas. Si estas afirmaciones fueran ciertas, se reflejarían muy negativamente en el carácter y la naturaleza de Dios. El resultado de que Dios revele una cosa en las Escrituras y luego revele otra directamente, es contradictorio y confuso (cf. 1 Corintios 14:40). Dios afirmó que nos estaba dando Su voluntad para todas las personas de todos los tiempos (Juan 14:26; 16:13; Judas 3, 2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:3). Si Él todavía está revelando nueva verdad a través del Espíritu, ¿tenía razón en esos pasajes? Si Él todavía está revelando nueva verdad a través del Espíritu, ¿cómo no se refleja esto en Su honestidad? Dios no puede mentir (cf. Tito 1:2), pero aquellos que afirman la guía del Espíritu Santo en la revelación de una nueva verdad hoy en día, si están en lo cierto, lo convierten en tal.

El Espíritu Santo nunca afirmará lo que no pueda confirmarse.

Considerando la obra de Moisés, luego los profetas posteriores, Jesús, sus apóstoles y otros que afirmaron que su mensaje provenía directamente de Dios, uno encuentra que se realizaron milagros que confirmaron sin lugar a duda la fuente del mensaje. Sin esa confirmación tangible, ¿cómo sabe el que recibe la afirmación que tal es cierta? Cualquiera puede afirmar que el Espíritu le reveló algo o le dijo que hiciera algo, pero ¿cómo puede saber que tiene razón sin una confirmación clara? Para eso estaba la vara de Aarón. Isaías (7:14), Jeremías (44:29), Zacarías (3:8) y otros apuntaban hacia una señal que confirmaría la veracidad de su mensaje. La historia es testigo de la veracidad de sus afirmaciones (cf. Deuteronomio 18:22). Una vez establecida la Iglesia, Pablo ya enseñaba en el siglo I que los dones milagrosos no serían necesarios una vez que se completara la palabra escrita (1 Corintios 13:8-12). Dios nunca se ha dejado a sí mismo sin confirmar. ¿Cómo confirmamos la doctrina? Acudimos a la Palabra que Dios inspiró. Ella revela Sus pensamientos y Su voluntad. Él no sancionará las afirmaciones no confirmadas de los hombres, y somos sabios al no depositar nuestras esperanzas en tales. Es un precedente peligroso e infundado el simplemente clamar la guía divina sin pruebas. Con tal planteamiento, cualquier persona puede clamar una revelación, una guía y un mensaje celestial determinados. Sin confirmación, ¡las afirmaciones de nadie pueden ser puestas a prueba!

El Espíritu Santo es divino, vivo y poderoso. Como Dios, Él está actuando hoy en día en las vidas. Él mora en el cristiano (Romanos 8:11; 1 Corintios 3:16; 2 Timoteo 1:14; etc.). Él fortalece al hombre interior (Efesios 3:16). Sin embargo, que nunca seamos presa de las falsas ideas que crea el hombre y que no pueden ser verificadas por las Escrituras (cf. 1 Juan 4:1). La Biblia existe para poner a prueba ideas como éstas. Debe ser la norma que pruebe y refute las afirmaciones hechas por los hombres en la actualidad. Sepa con certeza que el Espíritu Santo no anula hoy, ni lo ha hecho nunca, el libre albedrío del hombre. Él nunca llevará a uno a una conclusión o enseñanza que contradiga la Palabra que Él inspiró a los santos hombres de Dios a escribir. Si uno alega un mensaje dado por el Espíritu Santo que es más, menos, o diferente de las Escrituras, ¡debe ser rechazado! Si el supuesto mensaje dado por el Espíritu Santo es igual a las escrituras, entonces ¿por qué Dios nos habría dado las escrituras en primer lugar si iba a dispensar directamente el mismo mensaje aparte de la Palabra? Finalmente, Él nunca permitirá que los hombres hagan pasar por verdad lo que no puedan confirmar de alguna manera que compruebe, más allá de toda sombra de duda, que el mensaje es dado divinamente. ¡Que el pueblo de Dios sea uno que estudia diligentemente la Biblia y, como tal, capaz de discernir lo correcto y lo incorrecto en asuntos como estos!

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