Sí, sé que esta pregunta puede sonar un poco extraña, pero quizás pueda cambiar esta perspectiva cuando leas el siguiente pasaje,
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”
Lucas 14:26-27.
Sé que la palabra aborrecer en nuestro idioma conlleva un significado muy fuerte, ya que involucra tener aversión, es decir, rechazo, o repugnancia, hacia algo o alguien. Algunos han utilizado este pasaje para rechazar a Dios porque, ¿cómo es posible que haya un supuesto “dios amoroso” que espere que sus creyentes rechacen a sus seres queridos? Sin embargo, la palabra traducida como aborrecer en este pasaje puede y debería traducirse mejor como “amar menos”. Si alguien viene a Cristo y no ama menos a … no puede ser discípulo de Cristo. Hace más sentido, ¿cierto? Y nos permite comprender mejor la pregunta que nos hacemos, ¿estamos dispuestos a perder por Cristo?
Si deseamos ser discípulos de Cristo, que en sí es lo que un cristiano es y debe ser, debemos estar dispuestos a perder muchas cosas. Algunos quizás perdamos relación con seres queridos que nos hacen a un lado por nuestra decisión de seguir a Cristo. Algunos quizás debamos dejar trabajos bien remunerados porque están asociados a actividades pecaminosas. Y algunos quizás debamos dejar de estar asociados a congregaciones que se han apartado de la verdad y han caído en la práctica de actos que no son doctrinales, especialmente si se les ha mostrado la verdad sobre tales y aun así deciden continuar con su práctica.
Todo predicador necesita recordar que, por encima de la congregación que le sustenta o a la que sirve, debe estar Cristo. Es lo que las palabras dichas por nuestro Señor y citadas anteriormente dicen. Si la fidelidad de un predicador hacia Dios está siendo puesta en duda debido a su asociación laboral con una congregación que practicas cosas que no son doctrinales, este tiene la responsabilidad de comunicarse con ellos y hacerles saber sobre el daño que están causando, no solo en esa congregación, sino también a través de a quienes ayudan o financian. Pablo escribió a Timoteo,
“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él”
2 Timoteo 2:24-26.
Introducir prácticas no autorizadas por Dios a nuestra adoración hacia Él, no nos acerca a Él, por lo contraria, nos separa de Él. Deja de ser un tipo de adoración agradable a Él, y sabemos bien lo que ocurrió a Nadab y Abiú (Levítico 10:1-2). Amado predicador, ¿estás dispuesto a ser quemado por Dios por preferir seguir asociado a una congregación que ha dejado de practicar lo que Su verdad ha establecido? Piensa en el daño que tu decisión puede causar en tu reputación, la de tu familia, la de tu congregación, la de tu país, y por encima de todo, la de nuestro Señor y su iglesia. Piensa también en el daño que esta causa en tu relación con Dios.
Sé muy bien, por experiencia propia, lo difícil que es levantar apoyo financiero como predicador, pero, también sé que no puedo comprometer la verdad del evangelio y la estabilidad de la iglesia del Señor por el deseo de mantener mi sostenimiento, porque ciertamente nuestro Señor dijo,
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”
Mateo 6:24.
¿Estás dispuesto a llevar la cruz de Cristo y ser su discípulo? ¿Estás dispuesto a servir a Dios? ¿Estás dispuesto a perder por Él? Solamente tú, amado amigo y compañero en la milicia de Cristo, puedes responder a estas preguntas y hacer lo que es correcto ante los ojos de nuestro Señor. La vida cristiana conlleva situaciones en que debemos tomar decisiones difíciles, pero, sin duda alguna, es la mejor vida que podemos vivir, porque sabemos que nos lleva a una vida eterna en la que nos gozaremos en la presencia de Dios. No nos perdamos de tan hermosa promesa. Hagamos lo correcto siempre, y seamos agradecidos a Dios en todo (Colosenses 3:17).
Perdería todo lo que el Señor me pida. Pero sigo al Señor hasta el último suspiro de mi vida