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Estimado Predicador, Esto No Es Una Competencia

Por Hiram Kemp, traducido con permiso por Jaime Hernández Castillo.
El artículo original, en inglés, se encuentra en este enlace.


[Nota del Editor: Cuando leí el artículo por el hermano Hiram inmediatamente lo puse en mi lista de artículos para traducir, sin embargo, al despertarme, encontre que el hermano Jaime ya lo habia traducido y compartido. Solamente le hice unas pequeñas adaptaciones a mi estilo de traducción y conversación. Una vez escuche que "los faros no compiten entre ellos", estos simplemente emiten su luz para ayudar a los navegantes. Los cristianos, y especialmente los predicadores, hariamos bien en seguir el ejemplo de los faros, y simplemente dedicarnos a predicar la Palabra de Dios tal como este interesante artículo trata. MR]

Estimado predicador,

Recuerda que la predicación no es una competencia. Queremos hacer lo mejor que podamos y presentarnos aprobados ante Dios (2 Timoteo 2:15), y recordemos que otros predicadores no son nuestra competencia. Tengamos cuidado de no juzgar la eficacia de nuestro servicio y predicación comparándonos con los demás (2 Corintios 10:12). Podemos aprender mucho de los demás e incluso animarnos unos a otros a mejorar, pero nuestra eficacia se verá muy obstaculizada si perdemos el tiempo comparándonos unos con otros.

La Locura de la Comparación y la Competencia

Saúl dejó que la comparación con David arruinara su relación y finalmente pudriera su alma (1 Samuel 18:6-9). Si Saúl se hubiera concentrado en los miles que mató y las cosas que podía hacer, habría estado mejor. Además, al compararse no consideró que él y David estaban en el mismo equipo. Cuando David mató a decenas de miles, estaba ocupado en derrotar a los mismos enemigos contra los que Saúl peleaba. Cuando vemos a otros predicadores como nuestra competencia, olvidamos que estamos en el mismo equipo, sirviendo al mismo Dios y tratando de vencer al mismo enemigo (1 Corintios 3:8; Gálatas 2:8). La envidia siempre pudre los huesos de los que son alcanzados por ella (Proverbios 14:30).

Ver el servicio de la predicación como una competencia nos lleva a cometer dos graves errores. El primer error es que podemos menospreciar a otros que trabajan en una congregación más pequeña o que no son tan “famosos” porque sentimos que tenemos más talento que ellos. Cuando nos sintamos que somos mejores y tengamos la tentación de menospreciar a los demás, recordemos que Dios exalta a los humildes (Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5). Lo que los hombres tienen en gran estima es abominación para Dios (Lucas 16:15). No debemos despreciar las cosas pequeñas porque Dios tiene constantemente el hábito de convertir nuestros pequeños esfuerzos en grandes resultados (Zacarías 4:10).

Por otro lado, cuando vemos la predicación como una competencia, podemos socavar lo que Dios está logrando a través de nosotros al comparamos con los que creemos que tienen más éxito que nosotros. En lugar de desear pastos más verdes, mayor influencia, una congregación más numerosa o más notoriedad pública, debemos dar gracias por todo lo que Dios nos ha bendecido aquí y ahora (Efesios 5:20; 1 Tesalonicenses 5:18).

Debemos estar agradecidos de que Dios haya elegido usarnos en cualquier capacidad y permitirnos servir a Su causa (1 Timoteo 1:12). Si bien podemos no ser conocidos por los hombres, lo más importante es que somos conocidos por Dios. No seremos juzgados en base a cómo nos comparemos con otros predicadores. Dios nos juzgará en base a cómo usamos los recursos y talentos que Él nos ha dado. Cada predicador tiene talentos y dones y debemos agradecer a Dios por esas cosas y usarlas para Su gloria. Debemos trabajar para desarrollar y mejorar en lo que Él nos ha dado sin desear algo más.

Recordando el Rol de Dios

Cuando nos comparamos con los demás, nos olvidamos de que Dios es el verdadero responsable del crecimiento y el éxito que tiene lugar en Su reino. Podemos plantar y regar, pero solo Dios puede dar el crecimiento (1 Corintios 3:6). De hecho, el que planta o riega no es nada comparado con Dios (1 Corintios 3:7). Podemos afirmar que lo sabemos, pero a veces pensamos que el éxito o el fracaso del evangelio depende de nosotros. No es así. Debemos recordar que cualquier cosa buena que se haga a través de nuestra predicación se basa en lo que Dios ha hecho a través de nosotros (Hechos 14:27; cf. Isaías 55:10-11).

Dios a menudo está haciendo más en nuestras vidas y en las vidas de los demás de lo que nos damos cuenta. Cuando vemos lo que Él está haciendo a través de otros con envidia o celos, lo acusamos de cometer un error. Dios hace todas las cosas bien y está interesado en el éxito de cada ministerio que hace progresar el evangelio y que exalta a Su Hijo. Cuando comenzamos a comparar nuestro servicio con el de otros, claramente nos hemos olvidado de que no se trata de nosotros (Gálatas 6:14).

Sabemos que debemos predicar a Cristo y no a nosotros mismos, pero el enfoque de todo lo que hacemos debe estar en Cristo y no en nosotros (2 Corintios 4:5). No debemos hacer nada por vanidad y ambición (Filipenses 2:3-4), pero ¿cuánto hacemos basándonos en esos motivos carnales? Dios nos usa como sus instrumentos para cumplir su voluntad y debemos estar agradecidos. Pero debemos tener en cuenta que Dios también usa a otros, y eso es genial.

Viendo a Otros Predicadores Correctamente

Si vamos a proteger nuestros corazones contra la comparación y los celos, aquí hay algunas cosas que debemos tener en cuenta y aplicar cuando interactuamos con otros predicadores:

  • No menosprecies a otros predicadores cuando otros te pregunten sobre ellos.
  • En lugar de preguntar a otros predicadores qué tan grande es la congregación donde predican, pregúntales cómo va su ministerio y si puedes orar por ellos por una cosa específica.
  • Elogia lo bueno que ves en otros predicadores sin poner peros.
  • Cuando traten de compararte con otros predicadores diciéndote que tus sermones son los mejores que han escuchado, asegúrate de dirigir la gloria y la atención a Dios y no a ti.
  • Ora con frecuencia por otros predicadores.
  • Se lento en etiquetar y calumniar a los predicadores que no conoces.
  • Asume lo mejor de los demás.
  • Aprende de otros predicadores, pero siéntete cómodo siendo tú mismo.
  • Cuando escuches a otros predicar, no pienses en cómo predicarías el pasaje. Solo escucha para aprender y crecer.
  • Elogia antes de criticar.
  • Recuerda que Dios quiere lo mejor de ti y lo mejor de ellos, y eso puede ser dos cosas diferentes.
  • Si el evangelio es predicado, regocíjate. Incluso si no tienes una relación personal con quien lo predica o los motivos detrás de su predicación (Filipenses 1:15-18).

Es una bendición predicar el evangelio. Muchas cosas intentan estorbar y corromper la pureza de su proclamación. Debes ser tu propia competencia. Esfuérzate por ser lo mejor que puedas ser para Dios y no te compares con los demás proclamadores. Somos compañeros, no competidores. Estamos en el mismo equipo, sirviendo al mismo Dios. ¡Eso es una bendición!

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