Lo que sigue no es simplemente un artículo, sino un estudio sincero y reflexivo sobre los días festivos y cómo los cristianos deben abordarlos a la luz de las Escrituras. Habiendo tenido la oportunidad única de vivir tanto dentro de la cultura estadounidense como la hispana —pero más importante aún, como cristiano— he llegado a reconocer los desafíos y sensibilidades que surgen cuando las prácticas culturales se cruzan con las convicciones espirituales.
Este estudio no pretende imponer nuevas leyes ni atar donde Dios no ha atado. Más bien, es una invitación a reflexionar, a crecer, y a buscar la voluntad de Dios por encima de todo. Proviene del corazón de un cristiano que desea honrar a Dios fielmente y caminar tanto en la verdad como en la paz: paz con Dios, con los hermanos en la fe, y con el mundo que nos rodea. Una versión en inglés de este estudio, manteniendo el mismo espíritu y propósito, también ha sido publicada y está disponible en mi sitio web.
Mi humilde súplica es que, al leer este material, lo haga con un corazón y una mente abiertos. Que todos procuremos encontrar el equilibrio en lo que hacemos, en cómo lo hacemos, y en cómo tratamos a los demás—sin comprometer jamás la autoridad de la Palabra de Dios. Con ese pensar, comencemos nuestro estudio.
¿Qué es la Pascua?
La Pascua, según la tradición religiosa, se observa como el día en que se conmemora la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aunque es ampliamente aceptada por el mundo religioso como un “día santo”, no se encuentra en el Nuevo Testamento como una observancia ordenada para los cristianos. La palabra “Easter” (Pascua) aparece solo una vez en la versión King James en inglés (Hechos 12:4), pero las traducciones modernas traducen con mayor precisión el término griego como “Pascua” (Passover).
La Pascua fue una fiesta ordenada bajo la Ley de Moisés (Éxodo 12), instituida para recordar la liberación que Dios dio a Israel de la esclavitud en Egipto. Se celebraba el día catorce del primer mes (Nisán) y era una de las observancias más sagradas para el pueblo judío. Involucraba el sacrificio de un cordero, la comida de panes sin levadura y estrictas regulaciones conmemorativas dadas por Dios. No era una fiesta opcional. Jesús fue crucificado durante la semana de la Pascua (Mateo 26:17–19; Juan 18:28), y Su muerte cumplió la tipología del cordero pascual. Aunque el momento es históricamente cercano, la práctica moderna de la Pascua (“Easter”) no se basa en ninguna instrucción de Jesús ni de los apóstoles para conmemorar esa fecha de manera anual.
¿Es la Pascua moderna el equivalente cristiano de la Pascua judía?
La respuesta es no. Aunque la Pascua moderna tiene lugar en primavera y “conmemora” la resurrección de Cristo, un acontecimiento que sí tuvo lugar en torno a la Pascua judía, la Pascua moderna no es una continuación, cumplimiento o sustitución de la Pascua judía.
- No hay ningún mandato, ejemplo o inferencia en el Nuevo Testamento que diga a los cristianos que establezcan una celebración anual de la resurrección.
- La iglesia primitiva recordaba no el momento, sino el acontecimiento —la muerte, sepultura y resurrección de Jesús— cada primer día de la semana mediante la Cena del Señor (Hechos 20:7; 1 Corintios 11:23-26).
- El nombre “Pascua” y muchas de sus tradiciones, como el conejito, los huevos pintados y la ropa con motivos primaverales, se originaron siglos después de la época de los apóstoles. Estas costumbres fueron influenciadas por las tradiciones católicas y las fiestas paganas de primavera, no por nada de lo que se enseña en el Nuevo Testamento. Con el tiempo, estas prácticas culturales se combinaron con el mensaje de la resurrección, creando una festividad que parece religiosa para muchos, pero que no se basa en las enseñanzas apostólicas.
¿Qué hay de otros días festivos y su impacto en la Iglesia?
Otros días festivos, como la Navidad, Halloween y celebraciones nacionales como el Día de Acción de Gracias y el Día de la Independencia, también han tenido un impacto en las comunidades cristianas. Mientras que algunos las consideran tradiciones seculares o familiares, otros pueden atribuirles un significado espiritual. En las últimas décadas, algunas iglesias han imitado involuntariamente (o a veces intencionadamente) las celebraciones denominacionales, dando a estos días una importancia excesiva en la adoración o dándoles una programación especial. Esto ha causado confusión e incoherencia, especialmente cuando las iglesias afirman no seguir tradiciones creadas por el hombre y, al mismo tiempo, modifican su enfoque en estas fechas.
¿Cómo podemos separar un día festivo secular de un día festivo religioso?
La distinción se basa principalmente en la intención y la práctica.
El término “día festivo” está relacionado con momentos especiales de descanso y celebración, aunque su origen más cercano puede encontrarse en el concepto de “día santo” dentro de la tradición religiosa. El término “día santo” hace referencia a aquellos días destinados a la adoración. En muchas culturas de habla hispana, un “día festivo” puede ser tanto religioso como una festividad nacional o cultural. Aunque algunos días festivos tienen raíces religiosas, su conexión con la Iglesia no siempre es tan directa. A menudo, estos días festivos están marcados por celebraciones, reuniones familiares y tradiciones que trascienden lo estrictamente religioso.
En el idioma inglés, la palabra usada es “holiday”, que proviene de “holy day” (día santo). Sin embargo, en el inglés moderno, el significado ha sido readaptado. Por ejemplo, en el inglés británico, puede referirse a unas vacaciones o a un tiempo libre del trabajo, mientras que, en el inglés estadounidense, suele referirse a un día festivo reconocido a nivel nacional, muchos de los cuales son seculares y carecen de significado religioso.
Los días festivos seculares pueden celebrarse por motivos culturales, familiares o nacionales. Estas celebraciones pueden incluir tiempo con los seres queridos, comidas o tradiciones, sin participar en la adoración ni modificar las prácticas bíblicas de la iglesia. Por el contrario, un día festivo religioso, en el sentido bíblico, se refiere a un día santificado por Dios con un propósito espiritual específico, como la Pascua [judía], Pentecostés o la Fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23). Estos días fueron ordenados a Israel como parte del Antiguo Pacto, para preparar al pueblo para la venida del Mesías.
Una vez que Cristo vino y estableció un nuevo pacto (Hebreos 8:6-13), la observancia de esos días santos se cumplió y dejó de ser obligatoria. Bajo este nuevo pacto, el “día santo” de los cristianos, si podemos llamarlo así, no es una celebración estacional o anual, sino el Día del Señor, el primer día de la semana, reconocido en el Nuevo Testamento como el día en que la iglesia se reúne para adorar y recordar (Hechos 20:7; Apocalipsis 1:10).
Cualquier otra festividad religiosa ha sido instituida por el hombre e implica un acto de adoración u obligación espiritual que Dios no ha mandado. Esto es motivo de grave preocupación.
Por ejemplo, disfrutar de una comida festiva, intercambiar regalos o participar en costumbres estacionales como la búsqueda de huevos puede ser culturalmente inocente en un entorno familiar. Pero cuando la iglesia modifica su mensaje, su enfoque o su adoración para ajustarse a un calendario no bíblico, la línea entre lo secular y lo religioso se vuelve peligrosamente difusa.
Cuando los cristianos tratan las fiestas creadas por el hombre como si fueran sagradas, corren el riesgo de:
- Añadir a la Palabra de Dios (Deuteronomio 4:2; Apocalipsis 22:18-19),
- Crear confusión, especialmente en las reuniones de adoración (1 Corintios 14:33, 40),
- Y mermar la autoridad de las Escrituras para determinar cómo honramos y servimos a Dios (2 Timoteo 3:16-17).
La autoridad dada por Dios y la aplicación de Romanos 14
La autoridad bíblica es esencial. El Señor ha instruido claramente a los cristianos sobre cómo adorarle en espíritu y en verdad (Juan 4:24) y ha dado el modelo para recordar la muerte y resurrección de Cristo: el primer día de cada semana mediante la Cena del Señor (Hechos 20:7; 1 Corintios 11:23-26).
Romanos 14:5-6 aborda cuestiones de conciencia personal: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace…” Este pasaje se cita a menudo para justificar la observancia de los días festivos, pero se refiere a la devoción personal y privada, y no a la adoración colectiva de la iglesia. El contexto de Pablo se refería a las leyes alimentarias y a las prácticas del calendario judío, no a la asignación de nuevos días de adoración u observancia religiosa. No debemos elevar un día sin autoridad divina. Sobre este pasaje, Bob Winton comentó lo siguiente:
En el siglo I, los judíos que se convirtieron a Cristo habían seguido la Ley de Moisés toda su vida; era su costumbre descansar durante el día de reposo (sábado). Empezar de repente a llevar una vida normal el sábado era sin duda algo que muchos de ellos no podían hacer. Pero los gentiles convertidos no tenían esos escrúpulos.
Si un cristiano quiere dedicar un día al ayuno, la oración y la meditación, es su prerrogativa. Pero no tiene derecho a obligar a otro cristiano a unirse a él en esa actividad. Si un santo judío pasaba todos los sábados realizando esas actividades y no hacía ningún trabajo manual ese día, nadie debía interferir; él estaba dedicando ese tiempo al Señor. Sin embargo, no tenía derecho a exigir a otro cristiano que siguiera la misma rutina.
¿Nos da este pasaje el derecho a reservar ciertos días del año para celebrarlos como fiestas religiosas? ¿Estamos autorizados a celebrar la Navidad como el cumpleaños de Cristo? ¿Se nos permite establecer un domingo al año (Pascua) para honrar la resurrección del Señor?
Nadie tiene derecho a obligar donde el Señor no obligó; nadie tiene derecho a desatar lo que el Señor ha atado. Nuestras obligaciones y derechos están determinados por el Nuevo Testamento; no debemos ir más allá de nuestra autoridad; no debemos incumplir ninguno de nuestros deberes; no debemos imponer a nadie lo que es nuestro derecho, pero no nuestro deber (Colosenses 3:17; 2 Juan 9-11; 1 Corintios 4:6; Apocalipsis 22:18-19; Mateo 7:21-27; Juan 14:15; Mateo 16:16-19; 18:18)[1].
El aspecto familiar de la celebración de días festivos
Muchos cristianos estadounidenses recuerdan con cariño tradiciones como las comidas durante la Pascua (también conocida en español como Domingo Santo), la ropa nueva y las fotos de primavera. Estas pueden ser tradiciones familiares sanas, siempre y cuando no se conviertan en formas de adoración no autorizadas. Los padres pueden enseñar a sus hijos que, aunque estos momentos son culturalmente agradables, no son actos de honra a Dios. Es esencial separar la diversión familiar de la observancia religiosa.
En algunos hogares, la Pascua significa cestas de dulces y búsqueda de huevos, nada más. En otros, se convierte en un momento para hablar de la resurrección en conversaciones familiares informales. Mientras las líneas permanezcan claras y las Escrituras sigan siendo la base, estas tradiciones no tienen por qué ser problemáticas.
La expectativa de ser luces para el mundo y adorar en verdad
Los cristianos están llamados a ser la luz del mundo (Mateo 5:14-16). Esto significa no solo integridad moral, sino también claridad en la enseñanza y la práctica. Cuando el mundo ve que los cristianos tratan una festividad creada por el hombre como algo espiritualmente vinculante, se produce confusión. Nuestra adoración debe ser en espíritu y en verdad, no basada en tendencias culturales (Juan 4:24).
Cada primer día de la semana, la iglesia se reúne para recordar la muerte y resurrección de Cristo (Hechos 20:7). Ese es nuestro estándar. Si realmente queremos honrar al Señor resucitado, lo haremos todos los domingos, no una o dos veces al año.
Impacto cultural y sensibilidad en las comunidades
En los Estados Unidos, especialmente entre las congregaciones de habla inglesa, las fiestas como la Pascua y la Navidad se suelen considerar ocasiones culturales o familiares. Algunos cristianos aprovechan estos días para reflexionar sobre temas espirituales, mientras que otros simplemente disfrutan de las tradiciones de la temporada. Por el contrario, muchos cristianos hispanos tienden a ser más cautelosos, llegando incluso a rechazar estas fiestas por completo debido a sus orígenes y asociaciones denominacionales. Algunos incluso llegan a calificarlas de pecaminosas, especialmente cuando parecen difuminar las líneas entre la tradición y la autoridad religiosa.
Esta diferencia de enfoque pone resalta una realidad importante: los cristianos proceden de entornos diversos y aportan diferentes sensibilidades al cuerpo de Cristo. Estas diferencias culturales deben abordarse con humildad y comprensión, no con juicio u orgullo. Como escribió Pablo: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano” (Romanos 14:13).
También es importante reconocer que, aunque los cristianos fieles recuerdan la vida, muerte y resurrección de Cristo cada día del Señor, hay muchos en el mundo —e incluso entre hermanos débiles o mal informados— que solo reflexionan seriamente sobre asuntos espirituales en días festivos como la Pascua o la Navidad. No debemos tolerar la idea de los “días santos” instituidos por el hombre, pero tampoco debemos perder la oportunidad evangelística que estos momentos pueden brindar.
En lugar de condenar duramente a quienes solo piensan en Cristo un par de veces al año, podemos aprovechar estas ocasiones, de manera amorosa, para enseñar lo que realmente dice la Biblia:
- Que Jesús no es el “fundamento para el momento”, sino el fundamento de todo (Colosenses 1:16-18).
- Que no le honramos con una atención estacional, sino con obediencia y recuerdo constante, semana tras semana, a través de la Cena del Señor (1 Corintios 11:23-26).
- Que cada domingo es una celebración de su resurrección, no solo una vez al año (Hechos 20:7).
Si los visitantes vienen a adorar durante estos días festivos, no es ocasión para cuestionar el momento que eligieron, sino una oportunidad para sembrar la semilla de la verdad. Podemos enseñarles con gentileza y claridad que el evangelio no es algo estacional. El amor y el sacrificio de Cristo no son solo temas para ocasiones especiales, sino que son el fundamento de nuestras vidas, dignos de gratitud diaria y recuerdo semanal.
Caminemos, pues, con sabiduría, aprovechando cada oportunidad (Efesios 5:15-16) para guiar a los demás hacia la verdad, mientras somos pacientes con los que aún están aprendiendo. Al mismo tiempo, nunca debemos comprometer la autoridad de las Escrituras ni dar la impresión de que las fiestas creadas por el hombre forman parte de la adoración divina. En cambio, debemos brillar como luces, enseñando y viviendo en la verdad, y buscando la unidad entre los hermanos de todas las culturas.
La necesidad de crecimiento espiritual en cuestiones de conciencia
Es digno de elogio que muchos cristianos hispanos tengan un profundo respeto por la autoridad de Dios y se esfuercen por evitar cualquier apariencia de mundanalidad o error religioso. Sin embargo, parte de la madurez espiritual consiste también en reconocer la diferencia entre cuestiones de doctrina y cuestiones de conciencia personal.
No todo lo que es culturalmente común es pecaminoso en sí mismo. Las Escrituras no condenan las fiestas seculares ni las costumbres familiares, a menos que se conviertan en actos de adoración no autorizados. Por lo tanto, es importante que los hermanos hispanos crezcan en su comprensión de Romanos 14 y otros textos relevantes, no para comprometer la verdad, sino para evitar obligar donde Dios no ha obligado. La madurez incluye no solo defender lo que es correcto, sino también mostrar gracia cuando las Escrituras dejan espacio para la libertad.
Esto no significa celebrar los días festivos como eventos religiosos. Significa comprender que disfrutar de una comida familiar, tomar fotos de temporada o participar en tradiciones no religiosas no es intrínsecamente pecaminoso. El crecimiento en esta área ayuda a promover la unidad, reducir los juicios innecesarios y equipar a la iglesia para ser más eficaz en su misión, especialmente en contextos multiculturales.
Conclusión
El debate en torno a la Pascua y otros días festivos requiere algo más que tradición o reacción: exige madurez espiritual, comprensión bíblica y amor mutuo. Si bien es correcto rechazar cualquier práctica religiosa creada por el hombre que no esté autorizada en las Escrituras, también debemos reconocer la necesidad de crecer en la forma en que manejamos las cuestiones de libertad personal y conciencia.
Entre los cristianos hispanos, a menudo existe un celo encomiable por la pureza doctrinal y un espíritu cauteloso con respecto a las influencias mundanas. Esta postura firme es necesaria y valiosa. Sin embargo, la madurez espiritual también requiere la capacidad de distinguir entre lo que Dios ha prohibido y lo que ha dejado como una cuestión de conciencia. No todas las prácticas culturales o fiestas seculares, cuando se despojan de su intención religiosa, constituyen pecado. Si Dios no lo ha llamado pecado, debemos tener cuidado de no atar lo que Él no ha atado.
Romanos 14 nos recuerda que Dios espera que ejerzamos tanto la convicción personal como el entendimiento mutuo. Mientras que algunos pueden optar por abstenerse de participar en todas las fiestas por motivos de conciencia, otros pueden disfrutar de las tradiciones culturales y familiares sin atribuirles un significado espiritual. Ambos deben andar con humildad. Los que participan no deben menospreciar a los que se abstienen, y los que se abstienen no deben juzgar a los que participan. En esto, se anima a los hermanos hispanos a crecer, a estudiar, a considerar y a reconocer que no todas las cosas diferentes son necesariamente pecaminosas.
La raíz del asunto es esta: somos luces en el mundo (Mateo 5:14–16), y nuestra verdadera adoración pertenece a Dios—definida por el espíritu y la verdad (Juan 4:24), no por costumbres culturales ni invenciones humanas. Recordamos la resurrección de Cristo cada Día del Señor mediante la Cena del Señor. Ese es nuestro estándar, y no debe ser alterado jamás.
Sin embargo, fuera de la asamblea de adoración, debemos aprender a andar con gracia, especialmente unos con otros. Los días festivos ofrecer oportunidades para fortalecer los lazos familiares e incluso para evangelizar, siempre y cuando mantengamos a Cristo en el centro y a las Escrituras como nuestra guía. Al crecer en discernimiento, respetar la conciencia de los demás y anclar nuestras prácticas en la autoridad de la Palabra de Dios, podemos permanecer unidos y eficaces en nuestra misión como cuerpo de Cristo.
Referencias
[1] Bob Winton, An Outlined Commentary on Romans, 2022, Gospel Broadcasting Network, pp. 260-262.