La pregunta sobre cómo Dios puede ser uno y, al mismo tiempo, revelarse como Padre, Hijo y Espíritu Santo ha desconcertado a muchos a lo largo de los siglos. Pero no se trata de una contradicción, sino de una verdad gloriosa revelada en las Escrituras. En este breve estudio, exploraremos lo que la Biblia enseña sobre la unidad de Dios y la distinción entre las tres Personas que componen la Deidad. No buscamos explicarlo todo desde la lógica humana, sino aceptar con humildad lo que el mismo Dios ha revelado de sí. Al hacerlo, nuestra fe se fortalecerá y nuestra adoración se elevará hacia Aquel que es único, eterno y digno de toda gloria.
El Dios único revelado en las Escrituras
La Biblia enseña con claridad que existe un solo Dios verdadero. Así lo afirmó Jesús cuando citó el “Shemá” del Antiguo Testamento: “Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12:29; cf. Deuteronomio 6:4).
También el apóstol Pablo enseña que no hay diferencia entre judío y griego, pues “el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Romanos 10:12). Esta afirmación fundamental de la unicidad de Dios es la base de toda la revelación bíblica.
Sin embargo, al avanzar en la lectura de las Escrituras, especialmente del Nuevo Testamento, descubrimos una revelación más profunda: este único Dios se ha manifestado como tres Personas distintas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— sin dejar de ser un solo Dios.
Aunque el término “Trinidad” no aparece en las Escrituras, ha sido ampliamente utilizado en la historia para describir la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Algunos se sienten incómodos con su uso, especialmente al no encontrarlo expresamente en la Palabra de Dios. Históricamente, Teófilo de Antioquía, en su obra Ad Autolycum (alrededor del año 180 d. C.), empleó el término griego traducido como “tríada” al hablar de Dios, Su Verbo y Su Sabiduría[1]. Posteriormente, Tertuliano, en el siglo II, usó por primera vez el término latino trinitas en el contexto cristiano, argumentando que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “una sustancia en tres personas”[2]. No obstante, como estudiantes de la Biblia que deseamos hablar conforme a las sanas palabras (2 Timoteo 1:13), conviene favorecer expresiones que aparecen en las Escrituras. Términos como “Deidad” o “Divinidad” son bíblicos y reflejan con fidelidad esta verdad revelada. Por ejemplo, al hablar de Cristo, Colosenses 2:9 declara: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Esta afirmación es contundente: Jesús no posee una parte de lo divino, sino que es plenamente Dios.
Una revelación progresiva y armónica
La misma idea se refuerza en otros pasajes. En Hechos 17:29, Pablo afirma que “somos linaje de Dios”, y en Romanos 1:20 declara que “su eterno poder y deidad se hacen claramente visibles desde la creación del mundo”. A su vez, 2 Pedro 1:4 habla de los creyentes como “hechos participantes de la naturaleza divina”. Estas expresiones no son simbólicas ni poéticas, sino verdades reveladas que describen la relación única de los seres humanos con Dios y, a la vez, la singularidad de su naturaleza.
A lo largo de las Escrituras, observamos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son presentados como Personas divinas y conscientes. Por ejemplo, en el bautismo de Jesús (Mateo 3:16-17), las tres Personas se manifiestan simultáneamente: Jesús es bautizado, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma, y el Padre habla desde los cielos. Este evento no solo es significativo por marcar el inicio del ministerio público de Cristo, sino también porque confirma la realidad de una pluralidad personal en la Divinidad.
Jesús mismo, antes de ascender al cielo, instruyó a sus apóstoles a hacer discípulos bautizándolos “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Esta orden del Señor no solo menciona a las tres Personas, sino que las coloca en un mismo plano de autoridad, bajo un solo “nombre”, lo que enfatiza la unidad en medio de la distinción.
El apóstol Pedro, al escribir a los creyentes dispersos, reconoció también la acción conjunta de las tres Personas en la obra de salvación. En 1 Pedro 1:2 habla de los “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Esta armonía perfecta en la obra redentora evidencia una unidad de propósito y de naturaleza entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La divinidad compartida y sin división
Por su parte, Filipenses 2:5-11 presenta la humildad de Cristo al tomar forma de siervo, su muerte en la cruz y su exaltación a lo sumo, confirmando su divinidad y señorío. En este texto, se reconoce que Jesucristo, aun siendo en forma de Dios, se despojó a sí mismo para cumplir la voluntad del Padre, y que, como resultado, “toda rodilla se doblará” ante Él, lo cual es una declaración de su soberanía divina.
En otros textos, aunque no se mencionan las tres Personas simultáneamente, se revela la interacción entre dos de ellas. En Hechos 1:4-5, 7-8, antes de ascender, Jesús habla del Padre y promete la venida del Espíritu Santo. En 1 Corintios 12:3-11, Pablo explica que es el Espíritu Santo quien reparte los dones como Él quiere, pero siempre en sujeción al plan divino. Asimismo, en 1 Timoteo 2:3 se menciona a “Dios nuestro Salvador”, un título que, dependiendo del contexto, se aplica tanto al Padre como al Hijo (cf. Tito 2:10, 13).
Esta revelación ha llevado a algunos a preguntarse: ¿acaso los cristianos creen en tres dioses? La respuesta, según las Escrituras, es un rotundo no. La Biblia, como ya hemos visto, enseña que hay un solo Dios (Deuteronomio 6:4). Lo que se revela no es politeísmo, sino una unidad perfecta en pluralidad. Es decir, el único Dios verdadero existe eternamente como tres Personas distintas. No se trata de tres partes de Dios, ni de tres modos o manifestaciones, sino de tres Personas reales que comparten la misma esencia y naturaleza divina. Eric Lyons de Apologetics Press concluye lo siguiente en su escrito sobre “El único Dios verdadero”:
Obviamente, cuando la Biblia revela que existe solamente un Dios, un Salvador, un Señor, un Creador (Isaías 44:24; Juan 1:3), etc., la razón y revelación demanda que entendamos que los escritores inspirados estuvieron excluyendo a cualquier persona o cosa—excepto a los miembros de la Deidad.[3]
Cada Persona de la Deidad es plenamente Dios. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses distintos, sino un solo Dios. Cada uno es distinto en función y relación, pero idéntico en esencia. Esta verdad excede nuestra capacidad de comprensión total, pero no por ello deja de ser cierta. Como seres finitos, no podemos esperar entender completamente al Dios infinito. Él es único, y no hay nada en toda la creación que se le asemeje (Isaías 40:18).
Mike Vestal, en las conferencias Power de 2008, trato sobre el tema “La Naturaleza Triuna de Dios” y afirmo con claridad que la doctrina de la Trinidad (o Deidad) no es un tema secundario ni una curiosidad teológica; sino que es central al cristianismo y esencial para la fe salvadora. Negarla o ignorarla afecta profundamente la comprensión de quién es Dios y cómo se relaciona con Su creación. De hecho, comparto a continuación el extracto traducido de su exposición:
¿Es realmente tan importante la doctrina de la Trinidad? ¿Realmente importa esta doctrina? ¡Absolutamente! La Trinidad es central al cristianismo e indispensable para la fe salvadora. ¿Pero por qué? En primer lugar, la Trinidad es un aspecto esencial de la respuesta de Dios a la pregunta de Quién es Él y cómo es Él. No debemos ignorar nada de lo que Él ha revelado acerca de Sí mismo si realmente lo amamos y deseamos obedecerlo. En segundo lugar, está en juego la naturaleza personal e independiente de Dios. Si no hay Trinidad, es difícil ver cómo Dios podría ser genuinamente personal o estar sin la necesidad de una creación con la cual relacionarse. Dios no creó todo porque lo necesitaba; ¡lo hizo porque así lo quiso!
[En tercer lugar, el] asunto de la salvación también está en juego. Si Jesús fuera meramente un hombre, incluso uno “especial”, habría sido absolutamente imposible para Él, como criatura, haber soportado la ira de Dios al morir por nuestros pecados (Hechos 4:12; 2 Corintios 5:21). Si Jesús fuera algo menos que Dios, ¿no seríamos culpables de idolatría al atribuirle a Él la adoración y alabanza que pertenecen solamente a Dios? (Mateo 4:10). En cuarto lugar, están en juego la inspiración y autoridad de las Escrituras. Hay demasiados pasajes claros acerca de la unidad de Dios, por un lado, y la trinidad [unión de tres personas o cosas, DRAE] de Dios por el otro, como para intentar explicarlos. Nada en la religión ni fuera de ella se acerca a asemejar la naturaleza triuna de Dios como está revelada en la Biblia. Tal enseñanza es absolutamente única del cristianismo. La verdadera pregunta es: ¿Creeré y abrazaré la Palabra inspirada de Dios aun cuando su enseñanza esté, al menos en cierto grado, más allá de mi comprensión humana?
En quinto lugar, la doctrina de la Trinidad también es crucial en el área de la hermenéutica, así como una prueba de cuán significativo es el lenguaje religioso. Se nos exhorta a manejar correctamente la Palabra de Dios (2 Timoteo 2:15). Ciertamente no queremos estar equivocados en nuestra comprensión de Dios. Un asunto como la Trinidad obliga a quienes aman a Dios a ser lo más bíblicamente precisos y equilibrados posible, a fin de evitar malentendidos, inexactitudes y enseñanzas erróneas.
Pero finalmente, el asunto de la Trinidad es extremadamente importante debido al declive de la doctrina sólida en demasiadas iglesias. En nuestra era de ser “amigables al buscador”, muchos argumentan que la gente no vendrá a la adoración a escuchar un sermón sobre un tema “seco” como la Trinidad. Yo creo que ocurre lo contrario. Aunque algunos puedan tener aversión a la doctrina y una visión distorsionada de la cortesía que los lleva a evitar hacer demasiado escándalo por cualquier tema, la Trinidad tiene que ver con Dios; por lo tanto, no puede contemplarse un tema más grande. Uno puede y debe predicar los grandes temas de la Escritura de manera que muestre constantemente su grandeza y relevancia. Demasiados sermones hoy carecen de sustancia y profundidad. Bosquejos ingeniosos e ilustraciones llamativas no sustituyen una buena comunicación de la Palabra de Dios.[4]
Rechazar o minimizar esta verdad afecta nuestra visión de Dios, nuestra comprensión de la salvación, la interpretación de la Biblia, y la vida de la Iglesia. Hablar de la Deidad en su plenitud no es solo importante, es imprescindible.
Conclusión
La Biblia nos revela que hay un solo Dios verdadero, que se ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de estas Personas es plenamente Dios, y juntas forman una unidad perfecta. Este es un misterio para la mente humana, pero una verdad clara y constante en la revelación divina. Como creyentes, no somos llamados a entender todos los aspectos de Dios, sino a aceptar con fe lo que Él ha revelado en su Palabra. Al hacerlo, no solo honramos Su verdad, sino que también nos acercamos más al conocimiento de Aquel que es eterno, santo y digno de toda adoración.
Notas Finales
[1] Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum, libro II, capítulo 15. Traducción consultada en Ante-Nicene Fathers, vol. 2, editado por Alexander Roberts y James Donaldson, Christian Literature Publishing Co., 1885; reimpresión: Hendrickson Publishers, 1994. Traducción propia del inglés. Disponible en: https://ccel.org/ccel/schaff/anf02/anf02/Page_101.html. Consultado el 19 de mayo de 2025.
[2] Tertuliano, Adversus Praxean (Contra Práxeas), capítulos 2–3. Traducción consultada en Ante-Nicene Fathers, vol. 3, editado por Alexander Roberts y James Donaldson, Christian Literature Publishing Co., 1885; reimpresión: Hendrickson Publishers, 1994. Traducción propia del inglés. Disponible en: https://ccel.org/ccel/tertullian/against_praxeas/anf03.v.ix.ii.html. Consultado el 19 de mayo de 2025.
[3] Lyons, Eric. “El Único Dios Verdadero.” Apologetics Press, sin fecha. Disponible en: https://apologeticspress.org/el-unico-dios-verdadero-2678/. Consultado el 19 de mayo de 2025.
[4] Clarke, B. J., ed. The Godhead: A Study of the Father, Son, and Holy Spirit. Southaven, MS: Southaven Church of Christ, 1998. Traducción propia del inglés. Disponible en: https://gbntv.org/the-power-lectures-collection/. Véase especialmente pp. 134–136. Consultado el 19 de mayo de 2025.