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Llevando Muchos Sombreros

A este autor no le gustan los sombreros. Puede que haya usado una gorra unas cuantas veces durante mi vida, pero no me gustan los sombreros. El artículo de esta semana no tiene nada que ver con sombreros literalmente, sino con un modismo en inglés relacionado con los roles y las tareas.

Durante nuestro corto tiempo en nuestro ministerio en Panamá, este autor ha sido misionero, predicador y maestro, pero al mismo tiempo, editor de videos, diseñador gráfico, escritor, organizador de eventos, programador, diseñador web, analista, planificador, gerente de comunidad en medios sociales (pero hay quienes prefieren llamarse “community manager”), traductor, animador infantil, corrector tipográfico, camarógrafo, fotógrafo, consejero, camarero, conserje, y ciertamente, otros que no puedo recordar mientras escribo.

No me malinterpreten, no me quejo, realmente disfruto hacerlo. Estoy seguro de que hay muchos predicadores en todo el mundo en la misma situación que yo.

El hermano Keith A. Mosher, Sr., uno de mis amados mentores e instructores desde que comenzamos nuestro viaje en Memphis School of Preaching, a veces cita un pensamiento que compartí una vez en la capilla de la escuela,

“Vine a la escuela para aprender cómo ser un predicador, y me di cuenta de que lo que debo ser es un siervo”.

Durante la ceremonia de graduación de este año, el hermano Mosher dijo:

“Quiero recordarles esta noche las palabras de I Timoteo 4:16. Hay una gran diferencia en el trabajo que ustedes hacen y el que hace un anciano. A los ancianos se les dice que miren por ellos mismos y el rebaño (Hechos 20:28), a ustedes [predicadores, MR] se les dice que cuiden de ustedes mismos y de la doctrina, esa es la diferencia. No los estamos enviando de aquí para que supervisen a ninguna congregación, ese no es su trabajo”.

A veces, nosotros, los predicadores, estamos abrumados por las cosas que debemos hacer y, lamentablemente, olvidamos cuál es nuestro propósito:

“que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”

2 Timoteo 4:2.

No podemos olvidar eso, nunca debemos olvidar eso. Cuando predicamos, no se trata de las últimas noticias, o la experiencia de nuestras vidas, o cómo un miembro de la iglesia pecó, y queremos exhibirle por lo que hizo (si usted es predicador que hace eso, necesita volver al camino correcto y darse cuenta de que eso no es lo que se supone que debe hacer). Hay eventos recientes que necesitan ser citados en nuestros sermones, algunas experiencias de nuestras vidas que pueden ayudar a dar ese toque personal a nuestro mensaje, y pecados que deben ser reprendidos y reprobados, pero lo que debemos predicar es LA PALABRA. Nuestros sermones deben estar llenos de la Palabra de Dios. Nuestros hermanos y visitantes dedicaron ese momento del día para venir y adorar a Dios y merecen escuchar lo que Dios dice a través de Su Palabra, la Biblia.

¿Alguna vez oyó en su lugar de trabajo sobre las diferencias entre un líder y un jefe? Este autor lo hizo, varias veces. Usted puede hacer una búsqueda en Google, y encontrará varias artes gráficas y artículos sobre las diferencias entre estos dos “títulos”. Una de ellas es que un “jefe” depende de la autoridad y la posición, mientras que el líder es independiente.

¿Qué sucede cuando una congregación no tiene ancianos? Eso es muy común en los países de América Latina. El predicador local necesita que se le recuerde, como lo hizo el hermano Mosher, sobre la tarea que debe hacer, pero también que, en ese tipo de casos, él es un líder, no un jefe. Un predicador no es quien establece los mandamientos, sino el que da el ejemplo.

No se trata de lo que el predicador quiere hacer o decir, sino de lo que la congregación necesita. No se trata de dar nuestra propia opinión y considerarla una decisión y una orden, sino una sugerencia y una oportunidad para involucrar a la congregación en el trabajo. Nuestros hermanos necesitan dirección, y esa dirección se encuentra en la palabra de Dios, no en la opinión del predicador, o, a veces, en la opinión de un hermano que quiere convertirse en el “jefe”. La iglesia ya tiene una cabeza y esa cabeza es Jesucristo (Efesios 1:20-23). La iglesia no es un monstruo y, por lo tanto, no hay razón para tener cabezas adicionales. Prediquemos la Biblia, por simple que parezca, y veremos los resultados. Nuestras acciones, de varias maneras, dicen más que nuestras propias palabras.

Predicadores, este consejo es para ustedes, ¡haga lo que predica! Esta es una de las muchas cosas que este autor necesita recordarse todos los días, ¿por qué? porque la palabra de Dios claramente dice:

“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”

Santiago 3:1-2.

Si predicamos algo y hacemos lo contrario, ¿cuál será nuestra reputación? ¿Cómo nos mirarán nuestros hermanos? ¿Qué idea sobre la iglesia estará en la mente de nuestra comunidad? No quiero ser condenado, y mucho menos ser una mayor condena para alguien más y para mí mismo. Estoy seguro de que usted, mi querido lector, tampoco lo quiere. Es por eso que es tan importante predicar, enseñar y hacer lo que Dios nos dice que hagamos y no lo que nuestra “sabiduría propia” intenta engañarnos a hacer.

“Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado; y adquirir inteligencia vale más que la plata. El camino de los rectos se aparta del mal; su vida guarda el que guarda su camino. Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios”

Proverbios 16:16-19.

Si bien este autor quizás nunca llegue a llevar un sombrero, está agradecido a nuestro Padre celestial por tener la bendición y la oportunidad de servirlo tanto como pueda. A este autor no le gusta decirle a los hermanos “VAYAN”, sino “VAYAMOS”. Queridos hermanos, vayamos juntos al cielo. Vayamos juntos a trabajar para estar allí. Permitámonos entender que Dios quiere esa unidad en nosotros. Reconozcamos que, juntos, debemos crecer espiritualmente, y que la manera de hacerlo es estudiando la Palabra de Dios y sirviendo no solo a los demás, sino a nuestras familias, comunidades, países, y ser el ejemplo que ellos necesitan para darse cuenta de “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Romanos 10:15). Ellos podrán ser parte de tal bendición cuando finalmente decidan despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo hombre (Efesios 4:22-24) al ver a los nuevos hombres y mujeres en quienes nos convertimos debido a nuestra fe y obediencia hacia nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Algunos de nosotros podríamos no ser un predicador que se para en el púlpito y entrega un mensaje a la congregación, pero podemos predicar y enseñar la Palabra donde sea que vayamos,

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”

Colosenses 3:16-17.

El predicador, mis queridos hermanos, es un siervo, como usted y yo. Habrá ocasiones en que cometerá errores, al igual que usted y yo. Habrá momentos en que necesitará oraciones por él y su familia, al igual que usted y yo. Habrá momentos en los que necesitará palabras de aliento, como usted y yo. Habrá momentos, muchísimos, cuando necesitará escuchar “Estoy con usted, hermano”, al igual que usted y yo. Ser un predicador es solo una de nuestras muchas tareas, hagámoslo sabiamente y con gratitud.

Si tienes un par de minutos disponibles, ora por tu predicador y su familia, y también incluye a este servidor y su familia. Puede que no lo solicitemos a menudo, pero ciertamente lo necesitamos y lo amamos. El predicador, su familia, y nosotros lo apreciaremos grandemente.

¡Dios te bendiga!

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