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Mantén Tu Compromiso

Ha pasado un mes desde que me inscribí en un gimnasio local por solicitud del médico. No ha sido fácil, y no he sido tan constante como debo ser. Pero, para estar sano, esto se convierte en un requisito para este siervo. Se hizo un compromiso.

Pensemos en esto por un par de minutos. Sabes que no estás viviendo una vida saludable, y también sabes que, si sigues así, habrá complicaciones en el futuro. Tomas una decisión, y esa es inscribirte en un gimnasio. Pero, una vez que haces eso, no se espera que llegues allí y te sentes con una taza de café y veas a todos los que vienen y entren. Se espera que entres y te ejercites. ¿Cuál sería tu progreso si te inscribieras, pero nunca aparecieras? ¿Qué te diría tu entrenador cuando vas a hablar con él después de varios meses, quejándote de no haber visto resultados, incluso cuando te inscribiste en el mejor gimnasio del país? Su respuesta podría ser, “bueno, si haces lo que te comprometiste a hacer, podrías ver los resultados que esperas”. El orden de las cosas que debes hacer es muy simple, tienes que entrar en el gimnasio, firmar el contrato, y cumplir tu palabra haciendo lo que aceptaste hacer, ¿verdad?

Habrá un día, cuando el entrenador más grande de todos se parará firme frente a ti, y no te gustará que te diga, cara a cara, “bueno, no hiciste lo que te comprometiste a hacer”. Verás, este breve artículo ha sido escrito a Cristianos, a aquellos que en un momento de sus vidas, entendieron que su estilo de vida no era saludable, o en mejores palabras, era mundano, no de acuerdo con lo que Dios espera, y por lo tanto, decidió, en lugar de abrir el puertas de un gimnasio, abrir la Biblia y leerla, y más tarde, después de muchas oraciones, estudio y meditación, firmar el contrato, no en papel y tinta, sino en agua y sangre, a través de las aguas del bautismo para ser redimidos de sus pecados y añadidos por el Señor a Su iglesia (Hechos 2:37-47). Ese mismo día que fuiste inmerso en esa agua, te COMPROMETISTE con Cristo. No a un gimnasio o a un edificio que es temporal y será destruido algún día, sino al Verbo inmortal que da vida, vida eterna (Juan 1:1-4, 3:16, 6:63). Siendo un contrato con Dios, no hay necesidad de “leer la letra pequeña” porque Él no tiene nada que ocultar o engañarnos. Simplemente espera que vivamos vidas piadosas, sometiéndonos a El, y sirviéndole a El y a toda la humanidad al seguir el ejemplo que nos puso delante, Su Hijo unigénito.

Dios nos recuerda, por medio de Su Palabra, en primer lugar, que nuestros cuerpos son Su Templo:

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es [énfasis añadido, MR]

1 Corintios 3:16-17.

En este pasaje, Él no se refiere a cada uno, como individuos, sino todo el grupo, los Cristianos, el cuerpo de Cristo. El edificio no es la iglesia, los miembros lo son, y cuando los miembros se reúnen para adorar a Dios, tal como Él lo aprueba, no hay duda de que el Espíritu mora allí. ¿Cómo mora el Espíritu en nosotros? Él es una persona, Deidad, un ser inteligente, no un parásito que nos gobierna o nos dirige como algunos sugieren, sino a través de nuestra sumisión y obediencia a la Palabra de Dios, que fue escrita por hombres que fueron inspirados por Él (2 Pedro 1:20-21). ¿Ve la gente a tu papá o a tu mamá en ti? Puede que hayas oído eso antes, pero eso no significa que moren, literalmente, dentro de ti. La gente ve el ejemplo y las enseñanzas de ellos en ti. Debido al tiempo y al espacio, este escritor no puede entrar en más detalles sobre esto, pero recomienda encarecidamente que busques el libro del hermano Robert R. Taylor, Jr., “La Doctrina Bíblica del Espíritu Santo”, y leas los capítulos 16 y 17.

Segundo, nuestros cuerpos no son nuestros, Cristo pagó un alto precio por ellos (1 Corintios 6:19-20, Hechos 20:28). En este pasaje, Él está hablando de nuestras almas, no de la iglesia como se estudió anteriormente. Toda alma es preciosa para Dios (2 Pedro 3:9). Normalmente cuidamos de cosas que no son nuestras, porque no queremos que nos las cobren ni tener que reponerlas. Entonces, ¿por qué no honramos a Dios con “nuestros” cuerpos como deberíamos? Una vez más, recomiendo leer los capítulos del hermano Taylor con respecto a la morada del Espíritu Santo.

Por último, volviendo a nuestro ejemplo de inscribirse en un gimnasio, no se trata de cómo nos vemos, sino de lo saludables que seamos. Nuestro ser espiritual es más importante que nuestro cuerpo temporal. El apóstol Pablo, en su primera carta a su hijo en la fe, declaró: “porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Timoteo 4:8). Ese hermoso cuerpo en el que estás tan dedicado será comido por gusanos algún día, no importa cuánto esfuerzo pongas en él. ¿Qué hay de tu cuerpo espiritual? El que te da beneficios no sólo en esta vida, sino en la siguiente. ¿Cómo mantienes tu rutina diaria de guardar la palabra de Dios en tu corazón para no pecar contra El (Salmos 119:11, Colosenses 3:16)? ¿Cuántas millas estás poniendo en la caminadora de ir y predicar a Cristo por todo el mundo (Mateo 28:19-20, Marcos 16:15)? ¿Cómo estás levantando las pesas de hacer el bien a todos los hombres (Gálatas 6:10, Efesios 2:10)? Por favor, amados hermanos y amigos, tengan en cuenta que no estamos corriendo una carrera corta, sino una maratón, una maratón muy larga (1 Corintios 9:24-27, Apocalipsis 2:10)

Mantener nuestros cuerpos terrenales sanos es algo bueno, pero mantener nuestros cuerpos espirituales piadosos es lo mejor que podemos lograr en esta vida. Mantén tus compromisos, no sólo con la humanidad, sino que asegúrate de darle a Dios lo que se merece, todo el tiempo. ¿Vienes a congregarte con el cuerpo de Cristo el próximo domingo, o prefieres abandonarlo como muchos lo hacen (Hebreos 10:25)?

Espero y oro que lo hagas, pero depende de ti tomar una decisión tan grande basada en lo comprometido que estás con el Señor. A Dios sea toda la gloria.

¡Dios te bendiga ricamente hoy y siempre!

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